Invierno del año 2000. Alberto San Juan propone a los integrantes del grupo teatral "
Animalario" trasladarnos un fin de semana a la casona familiar que sus padres poseen en el pueblo de
Cañamares (un municipio de la provincia de Cuenca con 550 habitantes) para comenzar a ensayar el nuevo espectáculo que tenemos entre manos llamado "
Tren de mercancías huyendo hacia el Oeste". Buena propuesta. Toda la troupe (actores, director, ayudante de dirección, y escenógrafa), viaja el siguiente fin de semana a Cañamares.
Al llegar a la casona, Alberto San Juan nos suplica: "Chicos, cuidemos la casa, por favor". Ok.
Nos instalamos. Cada miembro del grupo se reparte por las habitaciones. Javi y yo dormiremos juntos (la cama, de madera vieja y ajada por el tiempo, además de ser una auténtica reliquia, es enorme). Ok.
Después de la opípara comida, llegan los postres y las copas (Alberto nos deleita con algunas copitas de Pacharán y algún que otro whisky). Terminada la comida y la bebida, recogemos la mesa, apartamos cuidadosamente los muebles del salón, y comenzamos el ensayo. Son las cinco de la tarde. A las diez de la noche, Andrés Lima, da por terminado el ensayo. Satisfacción. Ha sido un ensayo realmente fructífero. Ok.
Recolocamos los muebles dispersos por el salón y nos disponemos a cenar en la mesa sobre la que hace unos instantes reposaban las cosas del director (papeles, notas sobre el ensayo, y seguramente, su corazón). Cenamos y las botellas de Pacharán y whisky vuelven a volar. Son las doce de la noche. Miro a Javier y le digo:
YO: La verdad es que me tomaba otra copita por el pueblo. ¿Te apuntas?
JAVI: ¿Tu crees que hay algo abierto a estas horas?
YO: Ni puta idea, pero podemos explorar a ver que encontramos, -alzo la voz- ¿Alguien se apunta a tomar una copa en el pueblo?.
Todo son caras de sueño y cansancio alrededor de la mesa. Nadie se apunta. Excepto Javi.
YO: Pues venga, tio, nos ponemos algo de abrigo y nos piramos.
JAVI: Dale, una copita y nos volvemos.
Hace un frío que pela. Javi y yo caminamos por las oscuras calles de Cañamares en busca de algún pub en el que tomar algo y charlar sobre el ensayo...o sobre lo que se tercie. Caminamos y caminamos...ni una puta luz. Todo está cerrado.
YO: ¿Qué hacemos tío, nos piramos a la casona o subimos esa cuesta y echamos un último vistazo a ver si encontramos algún pub?
VENGA: Dale, pero si no encontramos algo abierto nos piramos que me estoy quedando pajarito.
Javi y yo subimos la cuesta y un letrero de neón nos guiña los ojos a unos 100 metros. Para allá que vamos.
Ya estamos ante la puerta. El único garito abierto a las doce y media de la noche en Cañamares es un puticlub.
JAVI: ¿entramos?
YO: No sé...bueno, en cualquier caso nos tomamos una copa, la pagamos, nos vamos y ya está. Si nos entra alguna chica le decimos que no hemos ido a "eso" y asunto terminado.
Pues eso, que entramos.
El garito es terriblemente oscuro. Suena una bachata.
Pedimos una copa en la barra y no pagamos porque seguimos charlando y pedimos la segunda...y no pagamos porque pedimos la tercera...y de repente Javi vuelve la cabeza y mira a la pareja que está a nuestro lado en la barra. Ella es una chica de largo cabello rubio, joven y atractiva, él es un señor enorme, que viste traje negro, corbatín blanco y zapatos de charol; su cabello es moreno como el carbón, largo y frondoso. Una cicatriz le atraviesa media cara (lo juro, no es broma, esa es la descripción exacta del tipo que abrazaba a esa chica). Como decía, Javi los mira unos instantes, se vuelve a mi y me suelta:
JAVI: ¿Has visto que buena está la chica que está con el mostrenco este de aquí al lado?
YO: Javi, por favor, que nos conocemos, tío. Estamos borrachos como cubas. Déjate de tías y de tios; vamos a pagar y nos vamos.
JAVI: Espérate, no seas tonto, Rober, que no voy a hacer nada, joder...solo voy a hablar con ellos. Te digo yo que esta no se va esta noche con ese pavo.
YO: Javiiiii, por favor...mira, que ese tío da miedo, que se le ve en la cara, que ese tío te pega un navajazo por menos de nada -yo ya no sabía ni que decirle para que olvidara a esos dos y nos fuéramos a un lugar seguro-, Javi, te juro que si se lía a hostias contigo yo paso de meterme. Me escabullo como una rata de cloaca y salgo por patas a la casona. Paso de líos.
JAVI: Jajajajajajaajaja...tu déjame a mi, que yo sé lo que hago.
Me doy la vuelta, me alejo de la barra y decido no seguir mirando.
Mi corazón esta a mil por hora, estoy borracho y tengo miedo. Decido no mirar a Javi y a los otros dos.
Les doy la espalda y me alejo. Sigo apurando mi copa esperando oír algún grito, algún golpe, algo...pero nada, sólo se escucha la música y las voces de los clientes. Y pasan los minutos...
No puedo calcular con certeza, pero imagino que al cuarto de hora aprox, la música cambia. Ya no suena una bachata, está sonando una balada, en concreto un bolero. Juro que en quince minutos no he mirado ni una sola vez en dirección al desastre...pero ya no aguanto más...me doy la vuelta.
La chica rubia sigue en la barra, pero sola. Miro en dirección a la minúscula pista de baile:
Javi y el señor de la cicatriz están bailando el bolero agarrados y con los ojos cerrados. Lo hacen seriamente. Javi tiene la cabeza apoyada en el pecho de ese monstruo de casi dos metros. Están bailando lenta y tranquilamente un precioso bolero de Lucho Gatica.
La canción acaba. Se separan el uno del otro. La escasa clientela aplaude.
Javi y el monstruo se sonrien, se dan la mano y se despiden amistosamente.
YO: ¿Se puede saber qué coño hacías bailando con ese...con ese asesino?
JAVI: Pues no lo has visto, Gilipollas, el tonto, estaba haciendo el tonto.
Son las cinco de la mañana. Javi y yo, en mitad de un ataque de risa, estamos intentando acertar a meter la llave en la cerradura de la casona. Después de varios intentos, lo conseguimos. No podemos parar de reír. Subimos a la primera planta. La voz de Natalie Poza retumba en el silencio de la madrugada: "¡¡¡¡¡Podéis callaos de una puta vez y dejar dormir a la gente!!!!". Entramos a nuestra habitación. Cerramos la puerta. Seguimos riéndonos y peleándonos. En mitad de la trifulca, Javi se encarama a mi espalda y caemos sobre la cama. La cama se va a tomar por culo. El estruendo en toda la casa es aterrador. Las patas que sustentan la parte derecha de la cama se han partido por la mitad y la gigantesca cama a caído, a plomo, sobre la madera del suelo. Se hace el silencio. Nadie llama a la puerta ni se oyen voces en el pasillo. Mañana será otro día.
Gracias, amigo Javi, por tantos años de compañía y risas, por tantas y tantas noches en pueblos oscuros solamente iluminados por el relámpago de tus risas; gracias, por sorprenderme, a diario, sobre el escenario, y sobre lo que no es el escenario; gracias por compartir con nosotros tu alegría durante años en hoteles de mala muerte, en hoteles de cinco estrellas, en trenes, en camionetas, en restaurantes de carretera, en camerinos...gracias, amigo.
Te quiero.